Hay
experiencias que transforman. En esos momentos, repentinamente y sin
aviso, la vida cotidiana se vuelve extraña, a veces hasta lejana y como
algo que pertenece a otro que ya no es uno. Esas situaciones hacen que
no se pueda volver a ser el mismo, porque sería como hacer de cuenta que
no ha pasado nada. Cuando lo que cae como si fuera un ropero con dos
elefantes adentro es el dolor, la pregunta silenciosa se vuelve
ineludible: qué hacer con él. A veces, el dolor se convierte en una
úlcera que no termina de irse, pero otras veces puede tornar en un
abrazo expansivo. Así es como en 2011 nació Música para el alma.
Por aquellas fechas, la joven música María Eugenia Rubio enfrentaba un cáncer terminal internada en la Fundación Salud. Con su novio, el también músico Jorge Bergero (ambos se habían conocido tocando en la orquesta sinfónica del Teatro Colón, antes que Rubio se fuera a la orquesta Juan de Dios Filiberto), idearon la posibilidad de ofrecer conciertos en la fundación para los demás pacientes. La propuesta fue bienvenida y terminó por volverse una presencia mensual, mientras la enfermedad de María Eugenia avanzaba. Cuando Rubio, flautista y también pianista, ya no pudo con su flauta, cantó. Cuando ya no pudo cantar, empezó a pintar, y mientras tanto los conciertos nunca se abandonaron. Bergero recuerda que “empezamos a tener más herramientas para percibir la realidad de un modo… no sé si más saludable, pero por lo menos no estar pensando todo el tiempo en la tragedia del futuro”. Básicamente, ´“el miedo desapareció”.
Atravesar con su compañera esa situación “te despierta, te para en seco con un montón de rutinas o de formas de ver la cosa que uno traía de antes”. Cuando lo inevitable llegó, Jorge decidió continuar y compartir con otros aquello que a él y a María Eugenia los había ayudado y modificado tanto. Para Bergero, seguir lo que habían empezado con Rubio, era un homenaje.
Construir paso a paso
En la primera presentación luego del fallecimiento de María Eugenia, ya empezó a evidenciarse que algo estaba pasando. “Mi propuesta original era tocar yo con el cello en la presentación del segundo libro de Stella Maris, que es la directora de la Fundación Salud”, pero amigos suyos del Colón se enteraron y le preguntaron si podían participar. Música para el alma estaba naciendo.
El primer concierto fuera de la Fundación fue en una escuela de niños ciegos. Un amigo se había enterado de la escuela, le hizo el comentario, y Bergero propuso ir con el grupo que se había armado durante los conciertos de la Fundación. Una maestra filmó la presentación, y eso se difundió. “A partir de ahí nos entraron ganas de seguir haciendo eso, pero no había estructura, no había nada”.
La organización de los conciertos en la Fundación, le habían generado a Bergero “cierta ansiedad. Porque es un lugar que queda a una hora de distancia y había una fecha concreta para tocar y esa fecha coincidía con funciones en el Teatro Colón. Entonces, medio que yo tenía que conseguir la gente yendo uno por uno y a veces había gente, a veces no había”.
Para encontrar un sistema que solucionara o aliviara la cuestión de la disponibilidad de músicos, Bergero armó una base de datos con aquellos que estuvieran interesados en participar. A partir de eso, “yo ponía una fecha tentativa, y el que se quería prender venía. (…) Se empezó a generar una cosa muy linda, y cada vez con más gente”. Se sumó un fotógrafo (Agustín Benencia, en el Facebook de Música para el alma puede verse todo su registro), porque a partir de lo sucedido en la escuela de niños ciegos Bergero entendió “que una cosa es que te cuenten qué pasó, y otra que te lo muestren”.
La entrevista transcurre en un café de Palermo. Hasta no hace mucho tiempo era un bar sencillo, angosto y largo. Sigue siendo largo y angosto, pero ahora es un local más rococó. Afuera se ve el Jardín Botánico y una primavera que muestra sus primeros colores.
Al año siguiente de empezar, en 2012, y ya como Música para el alma, “una compañera violinista sugirió un instituto para ciegos en San Isidro”. Después de tantear al grupo sin demasiada suerte para un par de fechas posibles de diciembre, un último intento dio como resultado cuarenta respuestas afirmativas. Fue la primera vez que Música para el alma presentó entonces una orquesta sinfónica más un coro.
“Nosotros estamos transitando un camino donde no hay una guía o pautas. Vamos aprendiendo por prueba y error”, dice Bergero. Ese aprendizaje se fue ordenando y eso permitió que “cuando empezamos a ‘exportar’ la idea, a difundir esto no solamente en Buenos Aires, pudimos dar pautas mucho más precisas”. Porque, la cuestión es que el proyecto nunca ha dejado de crecer en todas direcciones.
Bergero se fue dando cuenta que cada concierto en un “terreno de pruebas”, donde no podía tomarse lo que ocurriera como salir bien o salir mal, sino en función de qué “eran experiencias de aprendizaje”. Implicó desaprender nociones de éxito y fracaso, comprender que la paciencia era clave y que la dinámica de lo que se estaba gestando pasaba por otro lado. Así se fueron dando ramificaciones del puntapié inicial, como haber empezado en 2014 a dar clases de violín en la escuela de niños ciegos con instrumentos donados a través de campañas generadas desde el sitio web de Música para el alma.
También comenzó a darse que Música para el alma se fue convirtiendo en un articulador de grupos de músicos más allá de las fronteras porteñas (La Plata, Montevideo, Santiago de Chile). De esa manera, “de pronto tenemos un mes donde hay 10 o 15 conciertos solidarios”. El sistema actual tiene una coordinadora general, varios organizadores para cada evento, se utilizan las redes sociales (Facebook) además de su web para comunicarse con los diferentes grupos y contarles la modalidad de trabajo. Los músicos tienen que inscribirse a una dirección de correo, tras lo cual se les envía un listado de todos los pedidos de concierto categorizados por tipo institución, dirección, problemática. Los grupos entonces eligen de esa lista y proponen una fecha, en función de lo que el organizador coordina con la institución en cuestión y así.
Sincronizar, estructurar, repertorios, partituras, carpetas, fue otro proceso, porque “imaginate, una orquesta sinfónica tiene una estructura: archivista, gente que va haciendo las fotocopias, armando las carpetas. El músico llega y tenemos la carpetita armada. Yo tenía una parva de fotocopias en mi pieza, y ahí me ponía casi cuarenta carpetas armando una por una”. Durante dos años, a Bergero le tomó seis horas cada sesión de armado y hasta tuvo una fotocopiadora en su casa, “porque llegás y no puede no haber una obra, o un autor equivocado, porque es un quilombo”. Eventualmente, junto a Daniel Maldonado, quien se encarga de la web, digitalizaron las carpetas para que estuvieran disponibles online en PDF y listas para imprimirse, lo que a su vez facilitó también el armado de las carpetas físicas.
Jorge Bergero apunta a que Música para el alma sirva para plantar la semilla de lo que están haciendo, permitiendo que se expanda no el proyecto en sí necesariamente, sino aquello que lo ha impulsado (históricamente) e impulsa (en presente) a crecer. Bergero piensa que a diferencia de lo que ocurre en la vida profesional, donde el resultado prima, “acá la música es un medio. No es lo más importante. Lo más importante es la conexión que genera y todo lo que le brinda a una persona que está en una institución y que no tiene oportunidad de acceder a un concierto, de ir a un teatro por diferentes razones”.
El financiamiento de todo este trabajo, como suele ocurrir, es todo un tema. Desde el inicio, el tren había funcionado a base de aportes propios y de amigos y familiares. En 2014, se fue prociendo un viraje en positivo, cuando “algunos amigos que trabajan en empresas empezaron a ver como importante apoyar esta actividad. Entonces, nos dan una ayuda mensual que nos permite, por ejemplo, pagar el flete para los timbales, comprar una fotocopiadora para hacer las partituras…”.
La intimidad, la escucha, el encuentro
El primer concierto en el Hospital Gutierrez, “la directora, pensando en la acústica, nos hizo tocar en la capilla del hospital. Cuando los músicos empezaron a llegar, había dos niños”. Cuando Bergero habló con la directora del hospital, ella le comentó que los chicos estaban bien esperando turno o internados, que a la capilla habían ido los que habían podido. “Entonces dije ‘bueno, vamos a volver y vamos a ir a tocar a los pabellones de internación, para los chicos’”. A partir de ese momento, comenzaron a desdoblar los conciertos: uno masivo, en un espacio de tránsito de los hospitales para que pudiera asistir cualquiera, y otro con un grupo más reducido de músicos para recorrer los pabellones de internación.
Tocar en espacios de internación no es algo sencillo. Por un lado, está la voluntad de brindarse desde la música, pero puede ocurrir que del otro lado el deseo sea de silencio o mayor privacidad. Tampoco se puede llegar con un ejército de músicos. La línea es delgada, delicada, requiere de sensibilidad y escuchar qué está pasando por aquellos a quienes se quiere llegar. “Nosotros en general nos ponemos en fila india en un pasillo. La gente escucha y entonces después vamos a algunas habitaciones. Pedir permiso… siempre antes. Conocer para quién se va a tocar, su situación. Contacto visual constante, chequeando si al niño – en este caso – le gusta lo que está sucediendo o no, si se muestra atento, si empieza a mirar para otro lado. No ponerse a tocar algo en automático para traerle alegría a alguien que quizás no es el momento…”. A partir de estas ideas y de un grado aún mayor de intimidad, a su vez surgió una nueva sección bautizada Conciertos para acompañar.
Música para el alma es más que dar conciertos. Es también una forma de generar vínculos entre partes, como cuando una médica se comunicó diciendo que un paciente suyo con tumor cerebral que lo había dejado ciego andaba buscando poder acceder a una batería. El posteo en la red social de Música… dio por resultado que otro chico diera de baja la venta de su batería en Mercado Libre para colaborar con el pedido de ayuda.
Una navidad, luego de una presentación en el Hospital de Niños y estando en Río Cuarto con una amiga, la cantante Laura Rizzo, ella propuso armar un concierto en un hogar de ancianos para el día siguiente. En 24 horas consiguieron reunir un grupo de diez músicos. Cenando con el grupo, al comentar que seguía viaje para Villa María a visitar a su padre, surgió la idea de armar otro concierto ahí también. Otras 24 horas después, ocurría lo mismo que en Río Cuarto.
El camino de los senderos
El padre de Bergero – que falleció en 2014 – siempre quiso ser músico y por eso los anotó a él y a sus hermanos en el Instituto Domingo Zípoli, Escuela de Niños Cantores, en Córdoba, de donde Jorge es oriundo. En ese colegio de música, Bergero aprendió a acercarse a la música como juego.
Un domingo, cuando Jorge tenía diez años su padre los llevó a él y a sus dos hermanos de entonces (hoy los Bergero son cuatro) a tocar la flauta dulce al Hospital de Niños; “estábamos haciendo un concierto de Música para el alma sin saberlo”.
Tiempo después, a los diecisiete años Bergero se vino a Buenos Aires a estudiar cello y luego ingresó al Teatro Colón, donde “ya empezó la vida como músico”. En el Colón lleva ya una vida. Su carrera lo llevó también por diversos caminos, como por ejemplo tocar en el disco Cantora, el último grabado por Mercedes Sosa, en El canto del loco, el disco grabado por Radio La Colifata, Andando, de Diego Torres, o De gitanos y Tangueros, de Guillermo Fernández.
Luego llegó el paso por la Fundación Salud con María Eugenia, y ahí todo mutó. La rutina se trastocó, y apareció Música para el alma, que “se transformó en una forma de vida”. Bergero dice que este recorrido que se inició en 2011 fue como “volver a la esencia por la cual muchos elegimos hacer lo que hacemos”. La música no como fin, sino como espacio de encuentro y sanación, donde el dolor se transformó “en la sonrisa de los chicos, en los abrazos que te da la gente”.
Fotos: retrato por Diego Braude, fotos de galería registro gentileza de Música para el alma
Por aquellas fechas, la joven música María Eugenia Rubio enfrentaba un cáncer terminal internada en la Fundación Salud. Con su novio, el también músico Jorge Bergero (ambos se habían conocido tocando en la orquesta sinfónica del Teatro Colón, antes que Rubio se fuera a la orquesta Juan de Dios Filiberto), idearon la posibilidad de ofrecer conciertos en la fundación para los demás pacientes. La propuesta fue bienvenida y terminó por volverse una presencia mensual, mientras la enfermedad de María Eugenia avanzaba. Cuando Rubio, flautista y también pianista, ya no pudo con su flauta, cantó. Cuando ya no pudo cantar, empezó a pintar, y mientras tanto los conciertos nunca se abandonaron. Bergero recuerda que “empezamos a tener más herramientas para percibir la realidad de un modo… no sé si más saludable, pero por lo menos no estar pensando todo el tiempo en la tragedia del futuro”. Básicamente, ´“el miedo desapareció”.
Atravesar con su compañera esa situación “te despierta, te para en seco con un montón de rutinas o de formas de ver la cosa que uno traía de antes”. Cuando lo inevitable llegó, Jorge decidió continuar y compartir con otros aquello que a él y a María Eugenia los había ayudado y modificado tanto. Para Bergero, seguir lo que habían empezado con Rubio, era un homenaje.
Construir paso a paso
En la primera presentación luego del fallecimiento de María Eugenia, ya empezó a evidenciarse que algo estaba pasando. “Mi propuesta original era tocar yo con el cello en la presentación del segundo libro de Stella Maris, que es la directora de la Fundación Salud”, pero amigos suyos del Colón se enteraron y le preguntaron si podían participar. Música para el alma estaba naciendo.
El primer concierto fuera de la Fundación fue en una escuela de niños ciegos. Un amigo se había enterado de la escuela, le hizo el comentario, y Bergero propuso ir con el grupo que se había armado durante los conciertos de la Fundación. Una maestra filmó la presentación, y eso se difundió. “A partir de ahí nos entraron ganas de seguir haciendo eso, pero no había estructura, no había nada”.
La organización de los conciertos en la Fundación, le habían generado a Bergero “cierta ansiedad. Porque es un lugar que queda a una hora de distancia y había una fecha concreta para tocar y esa fecha coincidía con funciones en el Teatro Colón. Entonces, medio que yo tenía que conseguir la gente yendo uno por uno y a veces había gente, a veces no había”.
Para encontrar un sistema que solucionara o aliviara la cuestión de la disponibilidad de músicos, Bergero armó una base de datos con aquellos que estuvieran interesados en participar. A partir de eso, “yo ponía una fecha tentativa, y el que se quería prender venía. (…) Se empezó a generar una cosa muy linda, y cada vez con más gente”. Se sumó un fotógrafo (Agustín Benencia, en el Facebook de Música para el alma puede verse todo su registro), porque a partir de lo sucedido en la escuela de niños ciegos Bergero entendió “que una cosa es que te cuenten qué pasó, y otra que te lo muestren”.
La entrevista transcurre en un café de Palermo. Hasta no hace mucho tiempo era un bar sencillo, angosto y largo. Sigue siendo largo y angosto, pero ahora es un local más rococó. Afuera se ve el Jardín Botánico y una primavera que muestra sus primeros colores.
Al año siguiente de empezar, en 2012, y ya como Música para el alma, “una compañera violinista sugirió un instituto para ciegos en San Isidro”. Después de tantear al grupo sin demasiada suerte para un par de fechas posibles de diciembre, un último intento dio como resultado cuarenta respuestas afirmativas. Fue la primera vez que Música para el alma presentó entonces una orquesta sinfónica más un coro.
“Nosotros estamos transitando un camino donde no hay una guía o pautas. Vamos aprendiendo por prueba y error”, dice Bergero. Ese aprendizaje se fue ordenando y eso permitió que “cuando empezamos a ‘exportar’ la idea, a difundir esto no solamente en Buenos Aires, pudimos dar pautas mucho más precisas”. Porque, la cuestión es que el proyecto nunca ha dejado de crecer en todas direcciones.
Bergero se fue dando cuenta que cada concierto en un “terreno de pruebas”, donde no podía tomarse lo que ocurriera como salir bien o salir mal, sino en función de qué “eran experiencias de aprendizaje”. Implicó desaprender nociones de éxito y fracaso, comprender que la paciencia era clave y que la dinámica de lo que se estaba gestando pasaba por otro lado. Así se fueron dando ramificaciones del puntapié inicial, como haber empezado en 2014 a dar clases de violín en la escuela de niños ciegos con instrumentos donados a través de campañas generadas desde el sitio web de Música para el alma.
También comenzó a darse que Música para el alma se fue convirtiendo en un articulador de grupos de músicos más allá de las fronteras porteñas (La Plata, Montevideo, Santiago de Chile). De esa manera, “de pronto tenemos un mes donde hay 10 o 15 conciertos solidarios”. El sistema actual tiene una coordinadora general, varios organizadores para cada evento, se utilizan las redes sociales (Facebook) además de su web para comunicarse con los diferentes grupos y contarles la modalidad de trabajo. Los músicos tienen que inscribirse a una dirección de correo, tras lo cual se les envía un listado de todos los pedidos de concierto categorizados por tipo institución, dirección, problemática. Los grupos entonces eligen de esa lista y proponen una fecha, en función de lo que el organizador coordina con la institución en cuestión y así.
Sincronizar, estructurar, repertorios, partituras, carpetas, fue otro proceso, porque “imaginate, una orquesta sinfónica tiene una estructura: archivista, gente que va haciendo las fotocopias, armando las carpetas. El músico llega y tenemos la carpetita armada. Yo tenía una parva de fotocopias en mi pieza, y ahí me ponía casi cuarenta carpetas armando una por una”. Durante dos años, a Bergero le tomó seis horas cada sesión de armado y hasta tuvo una fotocopiadora en su casa, “porque llegás y no puede no haber una obra, o un autor equivocado, porque es un quilombo”. Eventualmente, junto a Daniel Maldonado, quien se encarga de la web, digitalizaron las carpetas para que estuvieran disponibles online en PDF y listas para imprimirse, lo que a su vez facilitó también el armado de las carpetas físicas.
Jorge Bergero apunta a que Música para el alma sirva para plantar la semilla de lo que están haciendo, permitiendo que se expanda no el proyecto en sí necesariamente, sino aquello que lo ha impulsado (históricamente) e impulsa (en presente) a crecer. Bergero piensa que a diferencia de lo que ocurre en la vida profesional, donde el resultado prima, “acá la música es un medio. No es lo más importante. Lo más importante es la conexión que genera y todo lo que le brinda a una persona que está en una institución y que no tiene oportunidad de acceder a un concierto, de ir a un teatro por diferentes razones”.
El financiamiento de todo este trabajo, como suele ocurrir, es todo un tema. Desde el inicio, el tren había funcionado a base de aportes propios y de amigos y familiares. En 2014, se fue prociendo un viraje en positivo, cuando “algunos amigos que trabajan en empresas empezaron a ver como importante apoyar esta actividad. Entonces, nos dan una ayuda mensual que nos permite, por ejemplo, pagar el flete para los timbales, comprar una fotocopiadora para hacer las partituras…”.
La intimidad, la escucha, el encuentro
El primer concierto en el Hospital Gutierrez, “la directora, pensando en la acústica, nos hizo tocar en la capilla del hospital. Cuando los músicos empezaron a llegar, había dos niños”. Cuando Bergero habló con la directora del hospital, ella le comentó que los chicos estaban bien esperando turno o internados, que a la capilla habían ido los que habían podido. “Entonces dije ‘bueno, vamos a volver y vamos a ir a tocar a los pabellones de internación, para los chicos’”. A partir de ese momento, comenzaron a desdoblar los conciertos: uno masivo, en un espacio de tránsito de los hospitales para que pudiera asistir cualquiera, y otro con un grupo más reducido de músicos para recorrer los pabellones de internación.
Tocar en espacios de internación no es algo sencillo. Por un lado, está la voluntad de brindarse desde la música, pero puede ocurrir que del otro lado el deseo sea de silencio o mayor privacidad. Tampoco se puede llegar con un ejército de músicos. La línea es delgada, delicada, requiere de sensibilidad y escuchar qué está pasando por aquellos a quienes se quiere llegar. “Nosotros en general nos ponemos en fila india en un pasillo. La gente escucha y entonces después vamos a algunas habitaciones. Pedir permiso… siempre antes. Conocer para quién se va a tocar, su situación. Contacto visual constante, chequeando si al niño – en este caso – le gusta lo que está sucediendo o no, si se muestra atento, si empieza a mirar para otro lado. No ponerse a tocar algo en automático para traerle alegría a alguien que quizás no es el momento…”. A partir de estas ideas y de un grado aún mayor de intimidad, a su vez surgió una nueva sección bautizada Conciertos para acompañar.
Música para el alma es más que dar conciertos. Es también una forma de generar vínculos entre partes, como cuando una médica se comunicó diciendo que un paciente suyo con tumor cerebral que lo había dejado ciego andaba buscando poder acceder a una batería. El posteo en la red social de Música… dio por resultado que otro chico diera de baja la venta de su batería en Mercado Libre para colaborar con el pedido de ayuda.
Una navidad, luego de una presentación en el Hospital de Niños y estando en Río Cuarto con una amiga, la cantante Laura Rizzo, ella propuso armar un concierto en un hogar de ancianos para el día siguiente. En 24 horas consiguieron reunir un grupo de diez músicos. Cenando con el grupo, al comentar que seguía viaje para Villa María a visitar a su padre, surgió la idea de armar otro concierto ahí también. Otras 24 horas después, ocurría lo mismo que en Río Cuarto.
El camino de los senderos
El padre de Bergero – que falleció en 2014 – siempre quiso ser músico y por eso los anotó a él y a sus hermanos en el Instituto Domingo Zípoli, Escuela de Niños Cantores, en Córdoba, de donde Jorge es oriundo. En ese colegio de música, Bergero aprendió a acercarse a la música como juego.
Un domingo, cuando Jorge tenía diez años su padre los llevó a él y a sus dos hermanos de entonces (hoy los Bergero son cuatro) a tocar la flauta dulce al Hospital de Niños; “estábamos haciendo un concierto de Música para el alma sin saberlo”.
Tiempo después, a los diecisiete años Bergero se vino a Buenos Aires a estudiar cello y luego ingresó al Teatro Colón, donde “ya empezó la vida como músico”. En el Colón lleva ya una vida. Su carrera lo llevó también por diversos caminos, como por ejemplo tocar en el disco Cantora, el último grabado por Mercedes Sosa, en El canto del loco, el disco grabado por Radio La Colifata, Andando, de Diego Torres, o De gitanos y Tangueros, de Guillermo Fernández.
Luego llegó el paso por la Fundación Salud con María Eugenia, y ahí todo mutó. La rutina se trastocó, y apareció Música para el alma, que “se transformó en una forma de vida”. Bergero dice que este recorrido que se inició en 2011 fue como “volver a la esencia por la cual muchos elegimos hacer lo que hacemos”. La música no como fin, sino como espacio de encuentro y sanación, donde el dolor se transformó “en la sonrisa de los chicos, en los abrazos que te da la gente”.
Fotos: retrato por Diego Braude, fotos de galería registro gentileza de Música para el alma
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